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Activa tu para simpático

El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. O dicho de otra forma, las cosas desagradables son parte de la vida, y lo que hagamos con ellas es asunto nuestro. Desde un golpe en la rodilla hasta las incomodidades de una ciudad convulsionada, todos los días nos topamos con algo o alguien que nos roba la calma. ¿Podemos evitarlo?

Ilustración: j.a.ovalles_art

Mientras estemos vivos, amemos y nos relacionemos con el mundo, no hay forma de escapar al malestar físico y mental que traen los eventos desagradables, muchas veces fuera de nuestro control. Buda decía que estos son los “primeros dardos” de la existencia. Los “segundos dardos” son aquellos más dolorosos que lanzamos contra nosotros mismos: son nuestras reacciones a esos primeros pinchazos.

Piensa en la vez que perdiste el control detrás del volante, digamos, porque un conductor agresivo te cortó el paso. Tu reacción inmediata fue esquivarlo, pero después surgió una cascada de pensamientos seguida de un torbellino de emociones y sensaciones físicas: todos en esta ciudad son unos tarados, rabia, aumento del ritmo cardíaco. Aquí nadie respeta, amargura, temblor en las manos. Ojala tuviera un tractor para aplastar a estos imbéciles, odio, tensión en el cuello. Y así pasaron los minutos hasta calmarte un poco (o no), y llegaste a tu destino con un estado mental del color del asfalto.

¿Qué pasó? Al desagradable encuentro le sumaste una lluvia de segundos dardos que aumentaron el sufrimiento. A cada segundo las neuronas en tu cerebro se encendían en una red de asociaciones que alimentaba el fuego y te hervía la sangre.

¿Podemos evitar a los conductores groseros? Si manejas, te los vas a cruzar. ¿Hay forma de evitar que los segundos dardos nos dejen como un colador? Claro que sí, pero requiere práctica.

En el libro El cerebro de Buda, los doctores Rick Hanson y Richard Mendius explican a la luz de la neurociencia cómo funciona nuestro cerebro y cuáles son las alternativas mentales para calmarlo. En el caso del conductor agresivo y su primer dardo, apenas percibimos que se nos viene encima, en nuestro cerebro se activa la amígdala (nada que ver con la garganta), y detrás se enciende el sistema simpático (no te confundas con el nombre, dispara la ansiedad y tensión) seguido por el sistema endocrino que libera un torrente de hormonas estresantes. En cuestión de segundos, y en un proceso biológico que hemos desarrollado como parte de la evolución, estás listo para la batalla.

Para calmar esa locomotora, tenemos el sistema parasimpático, responsable del funcionamiento estable del organismo. Tiene el poder de llevar al cuerpo, el cerebro y la mente a un estado relajado y de tranquilidad. El sistema parasimpático puedes activarlo con tus pensamientos, tu respiración y otras técnicas sencillas que con práctica son útiles para no ir en estado de ebullición por la vía pública.



Relajarse, respirar con el diafragma, hacer grandes exhalaciones o tocarse los labios en momentos de estrés o rabia ha demostrado ser efectivo. También puedes evocar imágenes de tranquilidad o pensar en esa persona o lugar especial que te sirve de refugio en los momentos más angustiosos. Todo para activar al parasimpático que llevamos por dentro, y que nos ayuda a guardar esos segundos dardos, que la verdad, no vale la pena lanzarnos a nosotros mismos.




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